Te miro. Te sigo mirando después de tanto tiempo.
Te busco, creo que es eso lo que hago cuando te miro. Busco encontrarte, que me encuentres, sin saber exactamente para qué. Nunca supe para qué, ni siquiera ahora.
Muchas veces te miento, o te omito, mejor dicho, no te miento. Tengo miedo de que me descubras haciendo nada más que mirarte. Porque no es normal, ¿o sí?, mirar así, desaforadamente como te miro. Nunca fue normal, no para mí.
Hubo un tiempo en que quise dejar de hacerlo. No me hacía bien, no lo entendía tampoco y menos que menos hubiese querido que lo supieras. Siempre intenté protegerte. De mí, de lo que pudiera pasar, de estar equivocada.
Con el tiempo te fui conociendo. Hubo algo que se perdió, quizás, lo dejé de lado, lo oculté hasta olvidarlo. Pero de una u otra forma siempre estuviste ahí, para recuperarme, para pedir que te mirara sin decirlo, para llamar mi atención sin hacer nada.
Es hoy día que sigo sin entenderlo, que sigo ocultándolo, que pienso que lo mejor es que nunca te enteres. No sé lo que significa y eso me aterra.
Y del otro lado estás vos, que quién sabe en dónde estás, dónde está tu mente, dónde están tus ojos. A quién mirás, si es que mirás como yo te miro a vos, y lo entendés. Si podrías llegar a contarme, a explicarme, a dejarme saber de vos.
Sin embargo me escondo, te hablo y te cuento de alguien que no soy yo, de partes, de fragmentos de mí pero no de mí.
Y mientras te observo, en tus virtudes y en tus defectos, y me baño en vos y nada más me importa que el sólo hecho de estar cerca tuyo.
El tiempo pasa y sigue pasando. Pasa la vida, tus historias y mis historias. Pasa lo hecho y lo que está sin hacer.
Pasas vos y paso yo. A la mitad, a medio hacer.
*
Nunca me fui.