viernes, 13 de septiembre de 2013

Hoy es uno de esos días. Días en los que no sé por qué las cosas están como están, son como son, etc. Hoy es uno de esos días después de pelearnos. Nos peleamos porque pensamos distinto, porque no podemos entendernos, porque no podemos conectar determinadas porciones de nuestro ser entre sí. Y entonces, cuando me doy cuenta de eso, de que hay diferencias tan pero tan marcadas que no nos dejan avanzar, me duele tanto que lo único que quiero es escaparme. Trato y trato de ver qué hacer, cómo hablar, cómo no enojarme, cómo no caer en la tentación de mandar todo a la mierda, cómo seguir apostando a esto que llamamos nuestra relación, nuestro amor, nuestra casa. La casa está fría, vacía, hoy. Y vos me pedís que te pida perdón. Que mi cara de orto y mi silencio son formas de maltrato hacia vos. Que no puedo enojarme tanto por cosas así, que exagero, que mis estándares de perfección son demasiado altos y que nadie nunca va a llegar a ser tan perfecto como yo lo espero. Todo eso sale de tu boca. "Vos sos perfecta", me decís, enojada porque yo me enojo porque llegás tarde a buscarme, porque llegamos tarde al trabajo, porque yo te digo que tenés que ser previsora, que ya sabés todo lo que puede pasar en el camino. Caos. Revoleamos palabras como si fueran ladrillos, piedras, balas, cemento, no sé. Todo se vuelve horrible. No nos importa nada más que salir airosas en ese momento. Ganar, ganar, ganar. Y la otra que se muera aplastada por todo eso que vuela por los aires y que estalla en el alma. Nada más nos importa. Eso es lo más feo de todo. El amor desaparece. Se destruye. Se quiebra. Se muere. Lo matamos.